Bolillo
Gustavo
Una vez, tiempo atrás, existió un perro llamado Bolillo. Bolillo tuvo que enfrentar muchos problemas en los que se sentía perdido. Creía que nadie podía entender lo que le pasaba y que nadie había sufrido como él. No lograba encontrar salida ni alivio a todo el sufrimiento que le aquejaba. Bolillo no encontraba en donde encajar y le parecía que la vida era injusta con él, porque lo había metido en problemas. Nunca recibió herramientas o ideas útiles para salir adelante. Se sentía un perro sólo, a quien nadie escuchaba, el más desdichado de todos y sentía que entre un millón de perros no había nadie con los mismos problemas. Esta era la vida de Bolillo.
Caminando Bolillo por la calle, pensando en todos sus problemas, observó que había muchos perros reunidos, hablando de problemas que se asemejaban a los de él. Esto llamó su atención y se quedó, desde fuera, escuchando todo lo que ahí se hablaba. Y así hizo al día siguiente y también al otro. Los demás perros ya se habían dado cuenta de su presencia, pero no hicieron nada, pues era Bolillo el que debía tomar la decisión de acercarse.
Un día, escuchó que quien quisiera hablar de sus problemas podía hacerlo en ese momento. Bolillo vio esto como su oportunidad y, levantando su patita, pasó e hizo uso de la palabra. ¡Por fin había encontrado la medicina que tanto había estado buscando! Estaba hablando de su experiencia sin ser juzgado. Le estaban prestando atención a todo lo que quería decir de su vida y sentimientos. Cuando terminó de hablar estaba en verdad animado. Sintió un alivio enorme, como si hubiera tirado una gran loza que trajera cargando en su espalda.
Bolillo no era el único, había más perros como él. Entonces no dejó de asistir, le explicaron que a ése grupo iban perros que tienen algo en común, problemas y sentimientos similares y que se trataba de que todos fueran saliendo adelante; que nadie se quedara atrás. Eso era lo que estaba buscando Bolillo, más perros que sintieran y vivieran lo que él y que le ayudaran a salir de los problemas.
Encontró un lugar en donde se sentía a gusto, se identificaba y podía hablar de su vida. Sabía que era importante, porque así se lo hacían sentir los demás perros. Participaba en todas las actividades. Se sentía con voz y voto. Bolillo no dejó de tener problemas, pero ahora le parecían más fáciles de afrontar, pues había quien le ayudara a cargar el peso que antes llevaba sólo. Aprendió el valor de la ayuda mutua, pues después el también tuvo oportunidad de observar como llegaban más perros con las mismas ideas que él tenía hacía mucho tiempo. Su experiencia sirvió para que otros perros supieran que no están solos; que hay muchos perros que han vivido cosas similares y que cuando se dan la pata, pueden llegar muy lejos, más lejos de lo que llegaría uno solo.